lunes, 21 de enero de 2008

Tras los pasos de Bobby Fischer... y sus fantasmas


Nota del 19 de Noviembre 2007

Para entender un poco la muerte de Fischer

Por Ezequiel Fernández Moores
Para LA NACION


REYKJAVIK, Islandia.- Más que paranoico" y "distanciado de sus amigos islandeses", Bobby Fischer está internado con "serios problemas físicos" en el hospital de Reykjavik, la ciudad que hace 35 años lo coronó campeón mundial de ajedrez.

"Sí, el está aquí, pero para saber sobre su estado de salud tiene que hablar con la gente que lo acompaña", me dice por teléfono una autoridad del Landspitalis, el hospital de la capital de Islandia.

Pero "la gente que lo acompaña" ya no es mucha: su pareja, la japonesa Miyoko Watai, no atiende el teléfono, y el gran maestro Helgi Olafsson, uno de sus pocos amigos en Islandia, me responde por correo electrónico: "Jamás hable públicamente sobre Bobby Fischer desde el otoño de 2005".

Tampoco habla Gudmundur Thorarinsson, presidente de la Federación Islandesa de Ajedrez cuando Fischer derrotó a Boris Spassky y rompió con la hegemonía soviética en el ajedrez mundial. El célebre duelo de 1972 en Reykjavik fue uno de los capítulos más notables del deporte en los años calientes de la Guerra Fría.

Thorarinsson, miembro del Comité de Ayuda a Fischer, me sugiere hablar con Einar Einarsson, director del Comité. "En Islandia -se limita a responderme Einarsson- la enfermedad es asunto privado y el Comité no dirá nada sin el consentimiento de la persona involucrada."

También en la Argentina -le aclaro a Einarsson- la enfermedad es un asunto privado, pero no es honesto contar cómo vive hoy Fischer en Islandia ignorando que el hombre que revolucionó el ajedrez mundial parece estar con su salud empeorada e internado desde hace varias semanas en el hospital.

"Está mal, el problema es serio", me asegura uno de sus vecinos en una recorrida que hice por el barrio de Fischer. Nadie quiere decir su nombre en el 101 Reykjavik, como se conoce al Down Town de la capital más septentrional del mundo, poblada por cien mil habitantes y cuya vida de noches de invierno heladas y eternas refleja con cinismo la película homónima que protagonizó Victoria Abril en 2001.

En abril de 2005, Fischer, de 64 años, se estableció en Reykjavik, en un departamento con vista al océano Atlántico, cuando Islandia le concedió el pasaporte y le dio asilo político. Quiso proteger al hijo pródigo que, arrestado en Japón desde el 13 de julio de 2004, corría serio riesgo de que Estados Unidos lo extraditara para encarcelarlo porque en 1992 escupió sobre un documento del Departamento del Tesoro que le recordaba el embargo sobre la ex Yugoslavia y la prohibición de jugar allí una millonaria reedición de su histórico partido ante Spassky.

"¡Me cago en Estados Unidos!, ¡muerte a los Estados Unidos!", gritó a la emisora filipina Bombo Radio, en una de sus escasas entrevistas, el 11 de septiembre de 2001, horas después del ataque contra las Torres Gemelas. Fue un exabrupto que aumentó la persecución.

Fischer, que al vencer a la maquinaria del ajedrez soviético se convirtió en un ícono de los Estados Unidos en los años de la Guerra Fría, en Japón tenía una dirección de correo electrónico que comenzaba "us_is_shit" (Estados Unidos es mierda).

"Una vez me contó que EE.UU. tiene su captura solicitada en 478 aeropuertos del mundo", dice uno de sus vecinos.

Se trata de un enfrentamiento que no hizo más que aumentar su paranoia, la misma que en 1972 lo llevó a sospechar que la silla giratoria que necesitaba para el partido contra Spassky era objeto de un ataque químico de la KGB, que además quería "envenenarlo". Ahora, en cambio, y de acuerdo con su paranoia, lo persigue la CIA. Toda una ironía para quien, sin saberlo, era vigilado por el FBI desde niño debido a las simpatías comunistas de Regina Wender, su madre, de familia judía, que había enviado a su hijo de once años al psiquiatra porque Bobby se vinculaba con el mundo sólo a través de un tablero de ajedrez.

Furioso contra los Estados Unidos, antisemita virulento, paranoico y obsesionado con el nazismo, Fischer es un cuerpo extraño en Reykjavik, una ciudad famosa por su tolerancia, democrática y pacífica, en un país que en veinte años dejó de ser pobre y hoy es uno de las más ricos de Europa.

Lo certifica un recorrido por Laugaveuk, "The main street shopping" (La principal calle para hacer compras), como dice el pasacalles, que antecede a las vidrieras de Gucci y Max Mara, y al desfile de Mercedes-Benz y de Toyota, en pleno 101 Reykjavik, a pocas cuadras de la casa de Fischer.

Antes de caer hospitalizado, Fischer tuvo épocas en las que caminaba todo el día o saltaba de un colectivo a otro, pedía cerveza en panaderías, se quedaba dormido leyendo en una librería vecina y "estaba obsesionado" elaborando un posible libro sobre los outlaws , es decir, los "fuera de la ley".

"Es cierto que una vez se llevó una biografía de Hitler, pero no es nazi. El quiere saber qué había en la cabeza de esa gente", cuenta otro vecino, que lo veía seguido en Huersfisgatif, la hermosa librería cercana a su casa.

"Claro que yo lo he visto, pero mire, aquí han venido del programa 60 Minutos (de la TV de EE.UU.) y hasta de la televisión rusa y no he hablado con nadie", responde Bragi Kristjonsson, dueño de la librería, mientras guarda un libro de 1890 de cocina húngara. En las paredes cuelgan las fotos de Marylin Monroe, Fidel Castro y Condoleeza Rice, los afiches de Fischer y hasta una entrada de la histórica partida de 1972 ante Spassky, cuya popularidad marcó un antes y un después en la historia del ajedrez mundial.

Fischer, que ya a los 14 años era campeón nacional de los Estados Unidos, puso en riesgo el duelo con caprichos y exigencias interminables: la silla, el tablero, las piezas, la sala, la luz, el sonido, el público, la TV y el horario. Todo, absolutamente todo, debía acomodarse para que cesaran sus amenazas constantes de abandono.

"Sólo falta que pida que el sol se ponga tres horas antes", ironizaron algunos. Fue necesaria una llamada de Henry Kissinger, entonces consejero de Seguridad Nacional del presidente Richard Nixon, para que jugara. Estados Unidos ya intuía el desastre de Vietnam, y Fischer, que era un anticomunista furioso, atendió el llamado de una patria a la que odiaría después.

Bobby Fischer se fue a la guerra , el libro que publicaron en 2004 los periodistas ingleses David Edmonds y John Eidinow, describe de modo inmejorable aquel momento histórico. Recuerda que Islandia, un país cuyo hecho más excitante había sido hasta ese entonces un congreso de dentistas, según Los Angeles Times , primero recibió el match con entusiasmo, pero luego enfureció ante los desplantes de Fischer, a quien los diarios de Reykjavik llegaron a calificar como "el hombre más odiado de Islandia".

Sin embargo, Islandia, un país amante del ajedrez, sintió una deuda de honor y asiló a Fischer cuando Estados Unidos quiso enviarlo a prisión. Pero el hombre que durante dos meses puso a Islandia y al ajedrez en la tapa de la prensa mundial hoy es un problema. Y pocos quieren hablar en público de él, en parte por respeto a su privacidad, pero también, según parece, por una suerte de orgullo nacional que sienten los habitantes de un país al que numerosos informes citan como "el más democrático y feliz de la tierra".

"¡Qué va! Si hasta le pagaron el pasaje a este «Fiche», que tiene millones en un banco suizo. Le dieron una ciudadanía que llevaría siete años de trabajo aquí y aportando al fisco. Es pura política, pero nadie dice nada, porque acá son todos «primos». El que no fue a la escuela con uno fue con el otro", me dice Diego, un español que vive en Islandia desde hace treinta años. La compañera es una rumana que tampoco quiere a "Fiche" ni a los islandeses. Los considera "fríos y arrogantes". La mujer sufre en un país en el que "no hay nada para hacer, salvo la casa y el trabajo". El paisaje no ayuda. Tierra volcánica, casi ni un árbol. Ideal para que la NASA, según se cuenta, enviara a sus astronautas para que se hicieran una idea previa del paisaje lunar.

Diego y su esposa fueron los únicos de mis entrevistados que hablaron mal de "Fiche". Así llama Diego "a ese criminal que traicionó a su país". Los demás lo quieren. "Sé que es excéntrico y que habla de más, pero ésas son sus ideas y acá todos lo respetamos porque lo que él te hace ver es lo que él es", dice la empleada de un hotel.

"Yo estuve a punto de llamarlo, mira, éste es su numero de teléfono. Queríamos pedirle que hiciera de árbitro, sin necesidad de hablar, en un film de ajedrez que estamos haciendo. Pero el proyecto está detenido y sé que Fischer se peleó con todos, incluso con Saemi", agrega Thorstein, dentro de una galería de arte.

Saemi es Saemi Palsson, el policía islandés que hizo de guardaespaldas de Fischer en el partido de 1972. Fue casi un hermano mayor para Fischer. Lo dejaba ganar cuando jugaban tenis, bowling o carreras de natación. Y Fischer, ya campeón mundial, lo llevó a los festejos en Estados Unidos, donde Palsson soñó con ser recibido en la Casa Blanca por Richard Nixon.

Pero ahora Fischer y Palsson están distanciados. Fischer, con su paranoia, ve a su amigo como un "agente de la CIA", según contó hace tres meses un artículo formidable del diario El País , de España. El autor, Leontxo García, viajó a Reykjavik y envió tres cartas a Fischer para pedirle una entrevista. No tuvo suerte, aun cuando en otro artículo, de julio de 2004, García escribió que el propio Fischer, en 1991, le pidió que lo ayudara a comprender a unos empresarios españoles que le habían ofrecido fortunas para que volviera al ajedrez.

García, según el artículo de 2004, quedó deslumbrado cuando conoció a un personaje al que se le atribuye un cociente de inteligencia superior al de Albert Einstein. Pero, por otro lado, asistió al costado sórdido de "un enfermo mental", pues "es imposible que una persona tan inteligente" mantenga las "opiniones profundamente racistas y machistas" que García escuchó en aquella reunión secreta de Francfort, en la que Fischer "vomitó un lenguaje soez" contra comunistas, mujeres, negros y judíos.

En su artículo más reciente de 2007, García relató que Fischer perdió mucho dinero cuando el banco suizo UBS, supuestamente bajo presiones, transfirió sin aviso previo a un banco islandés el premio de 1,9 millones de euros que Fischer había cobrado por su partido de 1992 ante Spassky. Reveló también que cuando Spassky fue a visitar a Fischer en 2005 a Reykjavik, el ruso, un hombre amable, hoy radicado en Francia, tuvo que ir hasta su casa para convencerlo de que fuera a la cena, que había garantías absolutas de privacidad. Fischer, no obstante, revisó primero todos los rincones para asegurarse de que no hubiera nadie escondido.

"Fischer -me dice hoy García, mientras cubre un torneo en Vitoria, España- revolucionó el ajedrez. Pero su desequilibrio mental es un claro ejemplo de lo peligrosa que resulta la obsesión por el ajedrez en los niños. Nunca deberían abandonar sus estudios por el ajedrez, sino formarse como jugadores y personas al mismo tiempo. Lo mejor -concluye- es recordar a Fischer como un mito y no regodearse en sus problemas actuales."

Buscando a Bobby Fischer es, justamente, el nombre en español de la película de 1993 en la que Joe Mantegna, padre obsesionado por el talento precoz de su hijo, quiere convertirlo en el nuevo Bobby Fischer. Basada en una historia real de Josh Waitzkin, la historia la contó Fred, el propio padre. Josh al menos tenía padre. El pequeño Bobby, en cambio, creció creyendo que su padre, al que casi nunca vio, era Gerhardt Fischer, un biofísico alemán, posible agente soviético, que se casó con Regina en 1933 en Moscú, los dos comunistas y de origen judío.

Pero Regina, emprendedora e inestable, ya estaba separada de Gerhardt cuando nació Bobby, en 1943, y tenía un romance con el ingeniero húngaro Paul Nemenyi, quien visitó y envió dinero hasta su muerte en 1952 para el cuidado de su hijo Bobby, a pesar de que Gerhardt figura en los registros oficiales como padre legal. La historia salió a la luz por la desclasificación de archivos secretos del FBI, que vigiló por años a Regina. "Los niños sin un padre se vuelven lobos", dijo Fischer.

Después de su coronación en Reykjavik, Fischer no volvió a defender el título del que fue despojado en 1975 y, salvo el match de 1992 con Spassky, tampoco volvió a competir en público, aunque sí difundió su proyecto de ajedrez sin límites de tiempo y sorteando las posiciones antes de cada partida. Pero su vida personal ingresó en el misterio. Una relación con la húngara Zita Rajcanyi, un hijo en Filipinas que iba a visitar hasta antes de su arresto de 2004 en Japón y una breve detención en 1981 en una prisión de Pasadena, en la que denunció haber sido torturado, luego de romper su vínculo con la Iglesia Mundial de Dios. Ni siquiera Reykjavik, la ciudad que más lo comprende y lo cuida, parece hoy en condiciones de alejar los fantasmas que todavía persiguen a Bobby Fischer.

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